En las redes sociales circula actualmente una afirmación advirtiendo que “resulta extraño que ciertas economías del mundo colapsen fácilmente cuando los consumidores sólo adquieren lo que necesitan”. Las manifestaciones del ingenio popular muchas veces contienen algo de verdad. El aislamiento social vinculado a la pandemia ha generado cambios obligados en los hábitos de consumo de millones de personas alrededor del mundo. Pero también, ha incentivado a esos consumidores a cuestionarse los objetivos y el propósito del consumo.
Un estudio efectuado globalmente por EY da cuenta que un 50% de los consumidores modificará sus hábitos de consumo en el largo plazo priorizando la racionalidad en el gasto. En el segundo y tercer orden de importancia se ubican el cuidado de la salud y el resguardo del medio ambiente.
Las empresas que reconfiguren su propuesta de valor hacia esos objetivos, serán las nuevas ganadoras del escenario pospandemia.
Los cambios en los hábitos de consumo de largo plazo derivarán de cuestiones regulatorias vinculadas a futuras necesidades de prevención. Pero también las modificaciones en dichas costumbres surgen voluntariamente producto de la adopción de tecnologías durante la propia pandemia. Un ejemplo claro es el consumo online de productos y servicios.
La arista tributaria no escapa a esta disrupción en los nuevos hábitos de consumo. El sistema tributario argentino se basa en la imposición indirecta y en gravámenes sobre manifestaciones de pseudo-capacidad contributiva como Débitos y Créditos en cuenta corriente, derechos de exportación, el nuevo impuesto PAIS y otros menores. A título de ejemplo, el gravamen que más ingresos contribuye a las arcas públicas en porcentaje del Producto Bruto Interno es el IVA, seguido por Ingresos Brutos provincial y, en tercer lugar, las Contribuciones de seguridad social. El cuarto y quinto lugar en porcentaje de la recaudación total lo ocupan el Impuesto a la renta de Personas Humanas y Sociedades, respectivamente.
Ante un consumidor más racional, la mejor forma de incentivarlo a consumir es no gravarlo o gravarlo en menor medida. La acumulación descoordinada de impuestos indirectos a lo largo de toda la cadena de valor termina impactando sobre el consumidor final y en forma más gravosa sobre los sectores sociales de menores recursos. En consecuencia, los gravámenes terminan constituyendo un alto porcentaje del costo de los productos o servicios adquiridos por el consumidor. Asimismo, la imposición al consumo habilita la informalidad y la competencia desleal entre los sectores formales e informales. La menor imposición sobre el consumo permitiría, en teoría, incrementar la base de contribuyentes o de operaciones sujetas al gravamen ya que disminuyen los incentivos a la informalidad.
Aquellos sistemas tributarios que se basan en imposición indirecta, necesariamente verán reducida la participación relativa de esos gravámenes respecto del total de recaudación.
Si el consumidor prioriza en el mediano y largo plazo la racionalidad en el gasto y el cuidado de la salud y el medio ambiente, existirán eventualmente excedentes, en aquellos sectores más acomodados, que se volcarán al ahorro, a la inversión y al bienestar individual en detrimento de otros gastos. Esta nueva tendencia generará cambios en la composición de la recaudación a nivel macro y no necesariamente sea una ecuación de suma cero.
En los meses de crisis sanitaria, la recaudación de tributos nacionales y locales ha disminuido considerablemente producto del aislamiento y la recesión económica.
No obstante, si los supuestos de nuevos formatos de consumo efectivamente se cumplen como parece desprenderse del estudio referido, es de esperar que, incluso luego de la flexibilización del aislamiento, la “nueva normalidad” tributaria no se asemeje al escenario previo a la crisis.
En momentos en que se menciona la posibilidad de habilitar la discusión hacia una reforma tributaria, los nuevos comportamientos que se esperan en hábitos de consumo deberían ser también ponderados a la hora de diseñar el nuevo sistema.
Un régimen basado en el impuesto a la renta como gravamen progresivo por naturaleza y una sociedad más racional y prudente en el consumo, deberían dar paso a un sistema tributario que incentive el ahorro y la inversión y, en menor medida, el consumo. El debate de una reforma tributaria que sea aceptada necesita de una sociedad que advierta que el sistema tributario no debe basarse en gravar el consumo sino la renta. Tal vez sea el momento indicado para dar ese debate.