Dionisia Zapata aprendió de negocios como jugando. Supo desde muy chica lo que era dar un vuelto, una yapa y cobrar lo justo. Sabía distinguir si una zanahoria o un tomate estaban maduros a una edad en la que muchas niñas solo están pensando en sus juguetes. Con solo 8 años ya vendía perecibles en Abancay y en Cusco. Sus padres no podían darse abasto y ella los ayudaba porque era la mayor de los cinco hermanos.
Antes de cumplir los 30 años ya había abierto cinco locales en el mercado de La Victoria, y había comprado un terreno de 250 metros para ampliar su negocio. A los 42 comenzó a importar lentejas desde Canadá. Ella asegura que el secreto de su crecimiento siempre fue la honestidad y la fe en Dios. “Siempre hay que cree en Dios y ser agradecidos y honestos”, dice con mucha convicción.
Aunque solo estudió la primaria, su olfato para elegir los productos que tendrían mayor demanda y su ojo para seleccionar las mejores verduras y frutas hizo que sus productos se vendieran rápidamente. Trabajaba los siete días de la semana y siempre estaba pendiente de lo que ocurría en el mercado y en lo que se vendía rápido y a buen precio. Para ella era como jugar un juego que solo gana el que está más atento.
Pero en todos los juegos hay dificultades que superar. Debió enfrentar momentos difíciles, como cuando pagó por 22 contenedores y 18 nunca llegaron. O como cuando en la década de los noventa, durante el terrorismo, sufrió de acoso y amenazas de muerte contra ella y su familia. Le llegaron a enviar fotografías de todas las actividades que realizaba en su día a día y le exigían sumas muy altas a cambio de “protección”.
Hoy día, Dionisia cuenta orgullosa que dos alcaldes de La Victoria la han condecorado por ser una de las pioneras del comercio en el distrito. Además, su empresa es una de las mayores importadoras de legumbres, menestras y de otros productos de consumo masivo en el Perú, con un valor de importación anual de aproximadamente veinte mil toneladas. Trae productos de países como Canadá, Estados Unidos, China, Colombia, Sri Lanka, Holanda, Alemania, Chile, Argentina y Brasil, valorizados en más de $12´280,000. En paralelo, ha incursionado en el sector turismo, con centros recreativos, locales campestres y un hotel.
Aunque sus hijos y sus nietos están involucrados en sus empresas, Dionisia sigue pendiente de sus productos, pregunta sobre las operaciones del día, se reúne con los proveedores. Ya tiene 76 años, pero no se cansa del juego que aprendió a dominar desde muy joven.