“Pedro, un joven pastor, salía con su rebaño cada mañana sin recibir la mínima atención. Todo el pueblo estaba muy ocupado y nadie parecía tener tiempo para dedicarle al pastorcillo. Un día tuvo una idea para darle la vuelta a la situación. Esa misma tarde Pedro llegó al pueblo corriendo y exclamando auxilio: Un lobo le perseguía y trataba de comerse a sus ovejas.
El pueblo entero salió en su ayuda, pero no encontraron ni rastro del peligroso animal. Pedro estaba entusiasmado: Todo el pueblo le prestaba atención. Decidió hacer lo mismo los tres días siguientes, los tres días recibió ayuda del pueblo entero. Pero al cuarto día, los lugareños cansados de buscar inútilmente al lobo dejaron de creer sus historias y lo ignoraron.
Este cuarto día, sin embargo, no era como los anteriores. Al cuarto día apareció el lobo, y por más que gritó y gritó pidiendo asistencia nadie acudió a socorrerlo, excepto un cazador que nada tenía que ver con el pueblo, y que, para fortuna de Pedro, consiguió abatir al lobo”.
Pedro aprendió la lección.
Esta conocida fábula nos ilustra la vulnerabilidad que nos produce la desinformación sistemática sobre nuestras audiencias como sustitutivo a la toma de acciones decisivas, pero también la importancia de saber aprovechar las segundas oportunidades.
Los dos últimos años han sido una llamada de atención para los diferentes actores de la economía. No tanto por el impacto directo que la brusca caída de la demanda, sino por la realización de la existencia de dos tipos de organizaciones: organizaciones modernas y el resto.
La pandemia golpeó a la economía en un momento de crecimientos muy modestos y con el tejido industrial, e institucional, embarcado en un proceso de transformación digital derivado de unos cambios que venían produciéndose durante toda la década anterior.
El impacto inicial en la demanda ha continuado con la disrupción de las cadenas de suministro que están provocando roturas en la disponibilidad de mercancías, y dando lugar a la consecuente inflación. Todo ello magnificado por una crisis energética global, una creciente preocupación por el deterioro del medio ambiente y por el nivel de endeudamiento tanto de gobiernos como de empresas privadas y particulares.
Todo esto se está trasladando de manera inmediata al sector del Gran Consumo, que adicionalmente tiene que lidiar con un alto nivel de complejidad que dificulta la visibilidad a medio plazo y consume unos recursos que estas empresas deberían estar destinando a facilitar nuevas vías de crecimiento. Esto no sorprende a nadie y, sin embargo, pocos ejecutivos, ahogados por el corto plazo y las exigencias del “mercado”, toman medidas transformadoras. Siguen gritando: ¡Que viene el lobo!
No obstante, todas las señales parecen indicar que el entorno continuará incrementando su ratio de cambio y su nivel de incertidumbre. Los principales índices bursátiles continúan reemplazando compañías convencionales por tecnológicas y los modelos de éxito corresponden a compañías que deciden apostar por fórmulas con un alto componente digital y una estrecha relación con sus usuarios. Muchas prestigiosas organizaciones, presionadas por la necesidad de reportar crecimiento continuo a corto plazo, han optado por reemplazar estos programas de transformación profunda por una decidida apuesta por la comunicación. Nos han hecho creer que además de seguir proporcionándoles los mismos productos de siempre estaban en plena metamorfosis, y que del capullo estaba saliendo un nuevo clon de Apple, Amazon o Alphabet. No estaba siendo así, pero ellos siguen gritando: ¡Que viene el lobo!
La pandemia ha hecho redoblar los esfuerzos en marketing digital de estas organizaciones, y hemos descubierto como a José le llegaban infinidad de ofertas de lencería en su dirección electrónica, a María le han intentado vender juguetes para los hijos que no tiene o como a los vecinos que acaban de comprar el piso de al lado su banco les está ofreciendo una hipoteca para su próxima vivienda. Todos hemos llegado a la conclusión de que para nuestras marcas de toda la vida no éramos sus clientes, sino sus consumidores. Ya no nos creemos que venga el lobo.
Mientras tanto, Apple, Amazon y Google nos acompañan a través de nuestros teléfonos, nuestra correspondencia electrónica y nuestra exploración por internet. Saben lo que nos gusta, lo que decimos que nos gusta y lo que hacemos.
Y, ¿ahora qué?
Creemos que las compañías de Gran Consumo se enfrentan a un futuro apasionante, ya que el mercado les va a obligar a volver a sus orígenes: centrarse en sus usuarios y desarrollar productos y servicios atractivos. Según nuestro punto de vista, estas organizaciones deben trabajar en tres grandes líneas. Una enfocada en transformar la organización, otra para fortalecer los negocios existentes y una última que asegure la relevancia de la organización con la construcción de los negocios futuros.
Tres líneas con impacto en diferentes horizontes temporales, de manera dependiente. No es posible alcanzar el futuro sin resolver los retos del presente.
Mecanismos de creación de valor corporativo