Se cumplen 10 años del inesperado éxito del Acuerdo de París, que sin duda lo fue, pues se llegó lo más lejos posible, y mucho más allá de lo entonces esperado. Se superaron las mejores expectativas para una gobernanza mundial, jurídicamente vinculante, para la lucha contra el cambio climático.
La agenda de una COP viene marcada por la evolución de los trabajos previos, ajena a ningún aniversario. Pero en ésta de Belém coinciden el décimo del Acuerdo de París y el ser la primera con el Libro de Reglas para su implementación totalmente desarrollado y operativo, ya aprobadas las reglas para los mercados internacionales de carbono, que permitirán mitigación a mayor escala y pondrán a disposición nuevos instrumentos de financiación.
Además, es la primera COP tras cumplirse un ciclo completo del Acuerdo de París, es decir: se dispone del primer Balance Mundial (BM), de los primeros Informes Bienales de Transparencia y las Partes deberían haber presentado, antes de febrero de 2025, unas nuevas Contribuciones Nacionales Determinadas para 2035 (NDCs por sus siglas en inglés) que respondan al BM. Belém es, por lo tanto, todo un hito en la gobernanza mundial acordada en París.
En un contexto mundial ciertamente complejo, y de enormes cambios sobre 2015, la COP 30 debe plantearse con el aliciente de ser capaces de responder a los desafíos globales, que sólo pueden resolverse eficazmente desde el multilateralismo, conscientes de que la situación geopolítica actual hace más valioso aún cada acuerdo que se alcance.
Habida cuenta de la agenda que le corresponde, cabe esperar los siguientes resultados:
En materia de mitigación.
La COP 29 aprobó el primer Balance Mundial, un análisis de los avances colectivos hacia el cumplimiento de los objetivos de París, que debe realizarse cada 5 años. Informa a las Partes del Acuerdo y a otros actores interesados, del progreso llevado a cabo de forma que puedan actualizar sus compromisos climáticos para cerrar las brechas identificadas.
El BM concluyó que, aun estando globalmente mejor, lo avanzado es insuficiente y muchas Partes no están en la senda de cumplimiento. Las nuevas NDCs deben actualizarse, conforme al BM, de forma que se traduzcan en una reducción de las emisiones globales del 43 y del 60%, sobre las de 2019, en 2030 y 2035 respectivamente, para alcanzar la neutralidad de carbono en 2050.
El Informe de Síntesis sobre los NDCs del Secretariado de la Convención, presentado el pasado 28 de octubre, actualiza sólo 64 nuevas NDCs, pues muchas Partes han presentado sus NDCs con cierto retraso. Éstas deberían suponer una progresión y ambición en línea con el objetivo del 1,5º C. Lo previsible es que globalmente no sea así. Se necesitará por lo tanto, una evaluación colectiva para determinar dónde estamos en el nivel global de ambición, y poder actuar en consecuencia.
No debemos olvidar que cada décima de calentamiento que se evite se traducirá en evitar enormes daños para las vidas de las personas, la salud de los ecosistemas y las finanzas globales.
No hay un mandato formal en la agenda para dar respuesta a la brecha que nos separe del objetivo del 1,5º C, pero se requerirán diálogos y ámbitos de colaboración para identificar cómo cerrarla. Y manifestar políticamente que no se renuncia al objetivo.
En materia de Adaptación, la COP 30 es especialmente relevante.
Conforme aumentan los efectos del cambio climático, la necesidad de adaptación se hace más urgente.
Muchos de los riesgos climáticos son irreversibles, por lo que deben evitarse mayores y más complejos riesgos que se presentarán conforme aumentan las previsiones de mayor calentamiento global.
Belém tiene el mandato de concluir el Programa de Trabajo sobre Indicadores Globales para medir los progresos alcanzados respecto a los objetivos de adaptación y resiliencia climática del Objetivo Global de Adaptación (GGA por sus siglas en inglés).
Se espera también un debate en torno a su financiación, ya que vence la fecha comprometida para duplicarla con respecto a 2019 y se hace imprescindible un nuevo objetivo de financiación para la adaptación, máxime conforme avanzan los efectos del cambio climático, que posibilite a los países una planificación.
En materia de Financiación Climática.
Deberá finalizar el Diálogo de Sharm el-Sheikh sobre la coherencia de los flujos financieros y los objetivos del Acuerdo, y probablemente, definir un programa de trabajo sobre este tema.
Debe debatirse la Hoja de Ruta de Bakú a Belém hacia el objetivo aspiracional de los 1.300 millones de dólares para los países en desarrollo en 2035, que se acordó en el nuevo Objetivo de Financiación Climática Internacional (NCQG por sus siglas en inglés), que se suma al objetivo de los 300.000 millones de dólares anuales de financiación pública y privada. Se deberían concluir parte de los trabajos, con medidas para incrementar la financiación por medio de los más diversos mecanismos y fuentes (bancos multilaterales de desarrollo, fondos verticales, sector privado), y con un informe de actuaciones definidas.
Ello requerirá de una nueva arquitectura financiera internacional y una mayor cooperación público-privada, cuya estructura debiera salir de la COP 30.
La COP 30 debe abordar el seguimiento del Diálogo de los EAU, que es el seguimiento del primer BM en forma de diálogo global para implementar sus resultados.
La COP 27 estableció un Programa de Trabajo de Transición Justa, que debe definir un mecanismo para facilitarla, mediante acciones que ayuden a reducir desigualdades tanto entre países como dentro de los mismos en un futuro de bajas emisiones y resiliencia climática. Se espera que se adopte el Mecanismo de Acción de Belém para una Transición Justa Global (BAM). Se esperan también resultados concretos, con acuerdos sobre su alcance y modalidades y avances en la Agenda de Género y cambio climático.
Otros avances que cabe esperar se refieren a las medidas climáticas nacionales que puedan tener impactos transfronterizos, en especial, el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono, para lo que la UE promueve el establecimiento de buenas prácticas que maximicen los impactos positivos y minimicen los potenciales adversos, en el marco de la OMC.
La presidencia brasileña, además, dará un impulso a algo tan importante como el sector forestal, fundamental para luchar contra el cambio climático, para reducir sus impactos y para avanzar en la protección de la biodiversidad. Finalizada la Cumbre de Líderes, con menos presencias y fuerza que en otras ocasiones, ha servido para el lanzamiento del Fondo Bosques Tropicales para Siempre (TFFF por sus siglas en inglés), como herramienta para detener y revertir la deforestación.
La Agenda de Acción Climática Global, que impulsa la cooperación entre gobiernos, ciudades, regiones, empresas, inversores y ciudadanos, para avanzar en mitigación, en adaptación y en financiación, ámbitos todos en los que ha adquirido un protagonismo creciente, tendrá en Belém una presencia muy importante, que la presidencia brasileña ha organizado siguiendo la estructura del BM.
El décimo aniversario del Acuerdo de París, el primer Balance Mundial, el Informe de Síntesis, la presentación del tercer ciclo de NDCs, aun no siendo parte de la agenda de la COP 30 estarán presentes en Belém porque, más allá de la agenda establecida, se requieren diálogos y acuerdos que, globalmente, nos hagan transitar la senda que nos lleva al cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París.
Diez años después se evidencian sus fortalezas, y lo que debe ser reforzado. Hoy comprobamos que es mucho mejor que todas las partes estén comprometidas que sólo unas pocas, como fue el caso en el Protocolo de Kioto. Incluso aunque entonces hubiera compromisos cuantificados individualmente. Incluso aunque el precio de estar todos sea que los objetivos y balances sean globales, y no se individualicen ni los logros ni las deficiencias. A pesar de ello, gracias al Acuerdo de París la trayectoria del calentamiento ha pasado de los 4º C a que las políticas actuales de modo agregado sitúen al mundo en una trayectoria de calentamiento de 2,7º C, y la implementación de las actuales NDC a 2030, junto con los compromisos a largo plazo, que cubren más del 90% de las emisiones, lo coloquen en una senda de 2,1 ºC.
Belém debe reivindicar lo logrado hasta hoy y ofrecer el impulso que aún falta. Y la UE debe reivindicarse a sí misma, si otros no lo hacen por ella. Porque, no nos engañemos, mientras la UE mantiene un ritmo constante de reducciones de sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), y presenta una NDC (reducción de los GEI a 2035 entre un 66,25 y un 72,5 sobre los de 1990) que consolida su compromiso hacia la neutralidad climática en 2050, a un ritmo acelerado que le permita, ya en 2040, como próximamente será aprobado por las instituciones europeas, reducir el 90% de sus emisiones con respecto a 1990, grandes emisores aún ni tan siquiera han puesto techo al aumento sus emisiones, como paso previo a empezar a reducirlas. La UE se mantiene en la senda del cumplimento del objetivo del 1,5º C, y fiel a su compromiso con la cooperación multilateral.
La atmósfera no entiende de sectores, ni de fronteras, ni de PIB; de renovables, en tanto evitan la emisión y acumulación de nuevas y mayores cantidades de gases de efecto invernadero. Lo que sí entiende la atmósfera es que todavía hoy, cada año, son mayores las emisiones que le llegan y almacena, dando relevancia a lo acordado en la COP 28: dejar de quemar combustibles fósiles, vía eficiencia, vía energías no emisoras, de modo que estas desplacen a la mayor velocidad a los combustibles fósiles. El 6 de noviembre conocimos el Informe sobre la Energía y el Informe de situación de la Acción por el clima de la UE de 2025, donde se refleja el cumplimiento de la UE con estos compromisos.
Esperemos pues, del décimo aniversario del Acuerdo de París, resultados creíbles y debidamente equilibrados, que posibiliten ir abordando con éxito todos los ámbitos que lo requieren, que no son pocos: mitigación, adaptación, financiación, energía, naturaleza, pérdidas y daños… en el camino a la consecución de los objetivos hace 10 años acordados.