La creciente incertidumbre internacional -impulsada por la guerra en Ucrania, la rivalidad tecnológica entre EEUU y China, o la dependencia europea en materia de seguridad- afecta directamente a las estrategias sanitarias y deja en evidencia la vulnerabilidad del continente europeo. En este contexto, han resurgido posturas políticas centradas en la soberanía sanitaria. Donald Trump, por ejemplo, ha reiterado su amenaza de retirar a EEUU de la OMS, como ya hizo durante su mandato anterior, aunque la medida nunca llegó a ejecutarse. Propuestas como esta buscan reducir la dependencia de organismos multilaterales y priorizar recursos internos, pero también generan preocupación por su impacto en la cooperación internacional.
Además, Europa afronta el reto de reducir su dependencia exterior en suministros médicos y farmacéuticos- como ya evidenció la pandemia-, lo que ha impulsado la revisión de las cadenas de suministro y la necesidad de fortalecer capacidades estratégicas propias dentro de la cadena de valor sanitaria. A su vez, el entorno geopolítico actual exige aumentar la inversión en innovación, en inteligencia artificial (IA) y en ciberseguridad, para garantizar una sanidad más resiliente y menos expuesta a decisiones externas. La estrategia sanitaria europea debe adaptarse con rapidez a esta nueva realidad, en la que la colaboración internacional sigue siendo clave, pero debe complementarse con capacidades propias que refuercen la autonomía en momentos críticos.
Aunque España, por su parte, cuenta con una industria farmacéutica sólida, sigue dependiendo en gran medida de materias primas, marcos regulatorios europeos y tecnologías desarrolladas fuera de sus fronteras. Ante este escenario, debe apostar por la eficiencia interna, por una transformación tecnológica real impulsada por la IA y a su vez reforzar su atractivo como destino de centros de excelencia internacionales.
Es el momento de mirar hacia adentro, redefinir prioridades y actuar con determinación.
Publicada en El País.