Durante la última década no hemos dejado de escuchar reflexiones acerca de conceptos como el “cambio constante” o la “disrupción tecnológica”, que alertaban a la sociedad y a las organizaciones acerca de una nueva realidad que las obligaría a ir más rápido que nunca si querían conseguir un éxito que, en ese contexto de alta inestabilidad, probablemente sería bastante efímero.
Un año después del inicio de la pandemia provocada por el COVID-19, aquellos augurios nos parecen casi un juego de niños. Un virus indescifrable ha multiplicado las condiciones de incertidumbre y velocidad de cambio, haciendo que nuestros modelos tradicionales de producir, relacionarnos, trabajar, consumir o entretenernos, hayan cambiado posiblemente para siempre.
En aquellos ya “lejanos” años que precedieron al 2020, todos intuíamos un futuro del trabajo inevitablemente vinculado a la automatización y a la digitalización. Sin embargo, la crisis sanitaria, económica y social provocada por la pandemia, no ha hecho más que acelerar este debate, poniendo encima de la mesa grandes cambios sobre la propia naturaleza del trabajo: cómo y dónde se trabajará, de qué manera el trabajo y la fuerza laboral se organizarán, cómo se articulará la relación empleado-empleador y, fundamentalmente, qué capacidades serán necesarias para dar respuesta a las nuevas realidades post pandemia y no quedarse rezagado en el mercado laboral.
Es evidente que la combinación entre la crisis del COVID-19 y el avance exponencial de las nuevas tecnologías, que ha seguido su curso y se convierte en el habilitador de la transformación de sectores e industrias completas, está provocando una disrupción a gran escala en el mercado laboral; ampliando de manera dramática la brecha de capacidades y, por consiguiente, poniendo en riesgo la empleabilidad de nuestra fuerza de trabajo.
Esta transformación masiva del panorama del trabajo y de las profesiones y capacidades de futuro, implica que, como sociedad, tengamos la urgencia de abordar un proceso a gran escala de reskilling y upskilling, que permita resolver el desajuste entre la oferta y la demanda de capacidades, que empezó a provocar el desarrollo tecnológico, y que se ha visto incrementado por el efecto devastador de la pandemia. Es indispensable que seamos capaces de hacer frente de manera ágil y efectiva a estos procesos de aprendizaje y ayuda al empleo, para evitar poner en riesgo la sostenibilidad del sistema y el futuro de las generaciones venideras.
En este contexto, el rol de la Administración Pública, la empresa privada y las instituciones educativas es más fundamental que nunca. Tenemos la oportunidad, y también la necesidad imperiosa, de reconfigurar el perfil de capacidades de nuestra sociedad y de nuestra economía; y para ello debemos actuar de manera rápida y contundente. El liderazgo es un elemento clave en todo proceso de transformación y, en este caso, el liderazgo de nuestras instituciones, acompañado de un propósito tan trascendental como éste; tiene que proporcionar el impulso definitivo para conseguir hacer realidad un modelo de crecimiento más sostenible y de mayor valor añadido.
Sobre la base del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, deben unirse todos los agentes implicados en esta gran transformación. Este plan es la palanca clave para facilitar que los fondos comiencen a llegar lo antes posible al tejido productivo y proporcionen los recursos necesarios, no sólo para estimular la actividad económico en el corto plazo, sino también la transformación en el medio y largo plazo. Por ello, resulta urgente que todas las partidas que hoy aparecen reflejadas en los presupuestos se conviertan en proyectos de inversión, en infraestructuras, en tecnología, en nuevos puestos de trabajo, en definitiva, en oportunidades para la próxima generación. Y para que estas oportunidades se materialicen es indispensable que nuestro talento, sus capacidades y su empleabilidad, estén alineadas con los nuevos vectores de crecimiento ligados a la transformación digital o a la transición energética.
A diferencia de generaciones pasadas, que también tuvieron que evolucionar como consecuencia de las sucesivas revoluciones industriales, pero que desde el punto de vista de talento esperaban tener un desarrollo profesional lineal y apalancado en aprendizajes del pasado; la fuerza de trabajo del presente y del futuro se enfrenta al cambio constante y, por lo tanto, al imperativo del aprendizaje durante toda la vida. Una nueva forma de vivir, trabajar y desarrollarnos que nos obligará a aprender y desaprender más rápido y a ocuparnos en primera persona de nuestro desarrollo y carrera profesional. Sin embargo, en este momento histórico al que estamos asistiendo, es necesario que la administración pública y las empresas tomen las riendas y actúen como catalizador del proceso, trabajando como un único equipo para forjar un futuro mejor, más sostenible y lleno de oportunidades.
Publicado en El Correo Gallego