"Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad"
Han pasado ya 17 meses desde la irrupción de la pandemia de la COVID-19 en España y el nivel de incertidumbre sobre sus efectos en la economía del país se me antoja que sigue siendo alto. Allá por el verano de 2020 nos aventurábamos a pensar que el impacto del virus en términos sanitarios estaba cerca de desaparecer. “Llevamos ya 3 meses de virus”, “el calor del verano acabará con él y podremos salvar la campaña en el sector turístico”, etc. Muchos nos convertimos en profetas con conocimientos sólidos en materia vírica.
Pues bien, todos nos equivocábamos. No salvamos la campaña turística del 2020 y tampoco vamos a salvar la del 2021. El virus ha resultado ser mucho más resistente de lo que todos pensábamos, ha mutado y ni siquiera la vacunación masiva nos permite afirmar con certeza el final de sus días.Todo ello ha motivado un cambio drástico en el status quo de las compañías. Se ha producido una selección natural de las mismas, castigando duramente a aquellas que llegaban débiles a la irrupción del virus y fortaleciendo a aquellas que lo afrontaban con mayor solvencia de sus balances y sus negocios.
Durante todo este largo proceso, las compañías han contado con el apoyo firme e inequívoco de un paquete de ayudas públicas que ha resultado fundamental: Fiscales, laborales (ERTE), concursales (moratorias), de liquidez (ICO, SEPI, CESCE, COFIDES, autonómicas, etc.).
Pero ¿qué vamos a hacer mañana cuándo se acabe la “fiesta” de liquidez de la que hemos disfrutado en los últimos meses?
En primer lugar, hay que destacar que se está produciendo un desequilibrio relevante entre el pasivo de las compañías y su capacidad de generación, tremendamente mermada por la prolongación de los efectos de la COVID y los cambios de hábitos en el consumidor, que la pandemia no ha hecho más que reforzar. Este desequilibrio va a provocar más pronto que tarde que aparezcan necesidades de reajuste en dichos balances. Esas actuaciones van a ser muy distintas a las que se han venido produciendo hasta la fecha por diversos motivos algunos de los cuales me atrevo a enumerar. Primero, la irrupción de nuevos financiadores alternativos a los bancarios que han acumulado liquidez no invertida en los últimos meses por haber sido ésta substituida por financiación pública o bancaria con garantía del Estado.
Segundo, por el proceso de concentración en el sector bancario y de probable restricción a nueva inversión que generará una toma de decisión distinta a la que estábamos acostumbrados hasta la fecha, probablemente, más disruptiva y menos focalizada en el “wait and see”. Y, por último, muchas compañías van a necesitar reforzar su estructura de capital y por lo tanto auguramos una elevada actividad en operaciones de M&A ya sea en distress o en compañías sólidas, pero con dificultad en la financiación de sus crecimientos.
Las compañías españolas van a tener que estar muy atentas a esos cambiantes procesos de reestructuración que van a venir, para poder salir reforzadas de los mismos.
Pero esto no es todo. La pandemia ha provocado que muchas compañías se hayan aplicado en reforzar la rentabilidad de sus operaciones. La necesidad obliga, pero ¿han sido suficientes todas esas medidas tomadas? ¿Vamos a ser competitivos en este entorno de incertidumbre? Estoy convencido que en este escenario cambiante se va a producir una suerte de categorización entre compañías zombies, destinadas a desaparecer, y compañías con proyección y capacidad de generación de valor. Para formar parte de ese selecto segundo grupo es fundamental seguir trabajando en esas mejoras de eficiencia productiva, de gestión eficaz de la tesorería y de adelgazamiento de estructuras de coste excesivas, mejoras que se han iniciado de forma obligada por la pandemia y que nos tiene que servir de base para un tejido industrial de futuro, competitivo, rentable y sostenible.
En definitiva, aquellas compañías que sean capaces de redimensionar su balance y hacer más eficientes sus operaciones serán las que saldrán más reforzadas.
Parafraseando a W. Churchill: “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Yo me considero un optimista recalcitrante.
Publicado en Expansión