Carlos Choy proviene de una familia de negociantes. Pertenece a la tercera generación de inmigrantes chinos que llegaron al Perú en el siglo XIX. Sus abuelos, tanto paternos como maternos, procedían de Cantón, y emigraron en 1904 asentándose en el puerto del Callao. Allí abrieron una serie de negocios: un establo para la producción de leche, una fábrica de sillau, teatros y cines, panaderías, hasta fundaron la primera fábrica de velas del país. Carlos estudió algunos ciclos de Ingeniería Industrial, pero lo que siempre le llamó fue hacer negocio y el riesgo. No por nada es amante de las motos.
Antes de convertirse en gerente general de Cementos Inka, tuvo una planta de metalmecánica afín al acero que cerró por la fuerte competencia de las importaciones de la India. Luego trabajó con su padre en una de sus empresas de gases industriales, que, finalmente, vendieron a una trasnacional. Fue con el dinero de esta venta que decidieron entrar en el sector de la industria cementera. A Carlos lo sorprendió el arrojo de su padre, donde entraron juntos a competir en el mercado del cemento dominado por unas cuantas marcas que tenían una presencia sólida en el país.
“En nuestro país la informalidad es muy grande y esto lleva a la informalidad de la construcción donde las familias autoconstruyen sus hogares, por esto el cemento es un producto prioritario, porque con él las familias van a construir su futuro”, dice Choy, de 61 años.
En 2007 abrieron su primera planta de cemento en Cajamarquilla, Chosica, que producía sólo 50 mil toneladas de cemento al año y, actualmente, está a vísperas de abrir una nueva planta en Pisco, (segunda planta) que producirá 800 mil toneladas. Cementos Inka demuestra un crecimiento imbatible (tienen, además, una planta de producción de ladrillos y cerámicos de concreto, de morteros secos, de pegamento para mayólica); y una reputación ganada a golpe de estrategia. Lo primero que hicieron para hacerse un nombre fue tener un contacto directo con los clientes.
Cuenta Carlos que, al inicio, él mismo iba a las obras a dar charlas a los maestros constructores sobre el correcto uso del cemento adicionado (un tipo que no era muy usado en varias zonas del país), cuyo valor radica en que es sostenible con el medio ambiente. Tiene un bajo porcetanje de clínker (el componente clave del cemento), cuyo proceso de producción emite grandes cantidades de CO2. “Hemos tenido que conquistar el mercado desde cero, teniendo como competencia a tres empresas grandes ubicadas en el norte, centro y sur del país. Hoy somos la única empresa que llegamos a 23 departamentos”.
Como descendiente chino, Choy tiene al dragón como símbolo de la laboriosidad, ahorro y perseverancia, valores que transmite a sus trabajadores, y que le permitieron a él tener la entereza para sostener su empresa. Recuerda que abrir Cementos Inka fue una tarea de titanes: “Hubo artículos malintencionados en los periódicos chicha diciendo que contaminábamos el ambiente, fue una campaña sucia”. Hoy, la empresa sigue siendo familiar.
Carlos trabaja con sus tres hijos: el mayor se hace cargo del marketing y ventas; el menor, que estudió Negocios Internacionales, se está integrando. Y el segundo, que fue diagnosticado con distrofia muscular a los 7 años y los médicos le pronosticaron pocos años de vida, tiene hoy 33 años, es una inspiración para su padre y, con una maestría en la Universidad de Liverpool, se hace cargo de la parte financiera.