“Hay que correr mucho para mantenerse en el mismo lugar. Si usted quiere llegar a otro lugar, corra dos veces más”. Esta frase, dicha por la Reina Roja en el libro Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, es cada vez más simbólica del ambiente competitivo global. La transformación digital es el capítulo más reciente de esta dinámica de reconfiguración acelerada de los negocios.
La presión competitiva es una característica central de las economías capitalistas, pero la dinámica continua y acelerada de transformación de los negocios es resultado directo de la Revolución Industrial desde mediados del siglo XVIII y su fuerza propulsora central: la innovación tecnológica.
El ritmo de introducción de nuevas tecnologías y sus impactos en los negocios, con la redefinición de mercados, modelos de negocio y formas de operar, vienen creando y destruyendo empresas en lo que el economista austríaco Joseph Schumpeter llamó destrucción creativa.
Una cara visible de esta aceleración del cambio es la duración promedio de las empresas que componen el índice S&P500: era de 61 años en 1958, cayó a 25 años en 1980 y, finalmente, a 18 años en 2015. Este ciclo vertiginoso de cambio encuentra un paralelo directo con la introducción de algunas de las tecnologías definidoras del día a día: el primer automóvil fue colocado en el mercado hace 137 años, el computador digital hace 74 años, la internet comercial hace 31 años, y el smartphone en el formato que lo conocemos, hace tan sólo 13 años. Todas estas tecnologías formaron la economía y el mercado existentes hoy.
La transformación digital, con un conjunto de tecnologías posibilitadas por las revoluciones en la capacidad computacional, velocidad de transmisión de datos y usabilidad ocurridas en las últimas tres décadas, es el próximo punto de inflexión en la historia.
El aspecto destacado de la transformación digital es la omnipresencia de soluciones técnicamente sofisticadas difundiéndose en todos los sectores de la economía y redefiniendo los parámetros competitivos y las fronteras de los sectores, como dijo Marc Andreessen: “el software está comiendo el mundo”. Como la electricidad ya lo había hecho a fin del siglo XIX.
El gran desafío de entendimiento de esta dinámica transformadora, y por consiguiente de la formulación de las respuestas corporativas, reside en la capacidad de ver las consecuencias más allá de la simple aplicación de la tecnología.
Benedict Evans, citando una frase atribuida al astrónomo Carl Sagan, hace una observación sagaz sobre este desafío de entendimiento: mirando el Ford T era fácil prever que los automóviles convertirían en bienes de consumo en masa, pero nadie predijo Walmart.
Más que ganancias de productividad, la transformación digital habilita la creación de espacios de negocio enteramente nuevos, con parámetros competitivos y lógicas internas completamente novedosas y, por lo tanto, diferentes de las dominadas por las empresas establecidas.
Por otro lado, no hay gran reto en “prever” la amplia adopción de la Inteligencia Artificial (IA) en la automación de procesos, del blockchain en el registro de transacciones ni de la Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés) en procesos de inventario físico. Éstas son cuestiones solamente de disponibilidad y costo, que la Ley de Moore va a demostrar finalmente.
El premio está, siguiendo la lógica de Sagan, por ejemplo, para quien logre explotar los estacionamientos en los centros urbanos, que quedarán infrautilizados cuando haya adopción significativa de autos autónomos basados en IA.
Para escapar del ocaso inducido por las olas de creación destrcutora, las empresas deben ver la transformación digital como una de negocio en un mundo digital.
Esta ola se acentuó con la difusión y la adopción de las tecnologías digitales en la crisis reciente de COVID-19 (momentos como éste siempre terminan reduciendo los costos de transición y las barreras de entrada para soluciones innovadoras). Diversos sectores tuvieron que replantear sus estrategias competitivas por o hacia modelos centrados en tecnologías digitales.
Una ilustración es la penetración del comercio electrónico que, a lo largo de los 12 meses de 2021, tuvo un crecimiento equivalente a los 12 años anteriores, según datos de la empresa de venture capital Atlantico. La representación en el mercado de las empresas de tecnología, como participación en el PIB o como relevancia en el mercado de capitales, también tuvo una dinámica semejante. En poco más de un año se concretó la transformación de una década. Y no hay vuelta atrás.
El corolario científico de la frase de la Reina Roja en la biología evolutiva, postulado en el “Principio de la Reina Roja” por el biólogo estadunidense Leigh Van Valen, es que “Para un sistema evolutivo, la mejora continua es necesaria, aunque sea sólo para mantener el ajuste a los sistemas con los que está coevolucionando”.
Las empresas establecidas, con sus modelos enfocados en el cambio incremental y en la estabilidad operativa, enfrentan aquí su gran desafío existencial. La necesidad de rediseñar las formas de trabajo, las relaciones con los consumidores y los modelos económicos al mismo tiempo que mantienen la operación en movimiento.